de: http://j.orellana.free.fr/textos/atenas.htm
En Atenas, al igual que en todas las ciudades griegas, los ciudadanos se reunían en la Asamblea de Pueblo para deliberar y votar.
La Asamblea se convocaba, al menos, tres veces cada mes, al aire libre. Ese día, al amanecer, desplegaban un estandarte y los ciudadanos a medida que llegaban tomaban asiento en las gradas. Enfrente, en una plataforma de piedra, estaban los magistrados que iban a presidir la Asamblea.
Empezaba la sesión con una ceremonia, religiosa. Log sacerdotes paseaban unos cerditos alrededor de la Asamblea, los degollaban, recogían la sangre y con ella regaban el suelo. Luego se quemaba incienso. Un heraldo recitaba una oración pidiendo a los dioses que se mostrasen propicios, y una maldición contra cualquiera que intentase engañar al pueblo.
Entonces el presidente, en nombre del Consejo de los Quinientos, exponía las cuestiones que se iban a discutir, porque la Asamblea no debía deliberar sino acerca de asuntos anunciados de antemano y ya examinados por el Consejo. Luego leía la proposición redactada por éste y preguntaba a la Asamblea si quería discutirla. Los asistentes respondían alzando las manos.
Comenzaba la deliberación.
El heraldo decía en alta voz: ¿Quién quiere tomar la palabra?"
Todos los ciudadanos tenían derecho a usar de la palabra y, cuando varios la pedían a, un tiempo, era preferido el de más edad. El orador subía a la tribuna, plataforma ancha en la que se podía hablar andando. Se colocaba en la cabeza una corona de mirto, indicando que desempeñaba una función religiosa, por lo cual estaba prohibido interrumpirle. La Asamblea escuchaba en silencio. Una vez que todos los oradores habían hablado, el presidente preguntaba a la Asamblea si aceptaba o rechazaba la proposición y los ciudadanos respondían alzando las manos. Lo mismo se hacía con las demás cuestiones que en ese día habían de resolverse.
Una vez terminada la votación, el heraldo pronunciaba una fórmula religiosa y la Asamblea se disolvía. Las proposiciones aceptadas por la Asamblea se consignaban en forma de decretos. Al frente se ponía el nombre del presidente, del secretario y del ciudadano que había presentado la proposición. De esta suerte el pueblo sabía quién le había inducido a tomar una medida. El ciudadano que había presentado una proposición seguía siendo responsable de sus consecuencias.
Cualquiera podía, intentar contra él un proceso y, si el tribunal juzgaba lo propuesto contrario a las leyes, era condenado a multa y podía ser privado, de los derechos de ciudadanos, en lo sucesivo Juzgaban también las causas de los ciudadanos, la Asamblea de justicia, llamada Heliea, mucho menos numerosa que la de gobierno. Todos los años, sus miembros, se nombraban por sorteo. Eran unos 6.000 en total, pero no todos se reunían a la vez, ya que estaban divididos en secciones de 500 miembros cada una. Por la mañana, los miembros se reunían en la plaza pública. Se sorteaba para saber en qué local celebraría audiencia cada sección aquel día y qué clase de causa había de juzgar.
Un magistrado presidía el tribunal, constituido de ordinario por quinientos ciudadanos, a veces por mil, a veces hasta por mil quinientos o dos mil.
Los dos litigantes se presentaban en persona, porque ellos mismos debían defenderse. Hablaban por turno un tiempo determinado. En la sala había un reloj de agua. El litigante tenía derecho a hablar todo el tiempo que caía el agua, pero no más. Cuando habían terminado sus alegatos, los jueces, sin deliberar entre ellos, votaban depositando en una urna piedrecitas blancas o negras, es decir, a favor o en contra.