OCKHAM

La síntesis entre razón y fe a la que había llegado Tomás de Aquino sobre bases aristotélicas se rompe frente a la actitud crítica de filósofos posteriores como Duns Escoto, y, sobre todo, Guillermo de Ockham (1290-1349).

La actitud filosófica de Ockham es eminentemente crítica tal como quedará reflejado en nuestra exposición:

OCKHAM Y SU NAVAJA

Con su Principio de economía, también conocido como Navaja de Ockham queda clara su postura de respecto al conocimiento. Según dicho principio no se deben multiplicar los entes sin necesidad, o lo que es lo mismo: sólo podemos aceptar en el terreno de la razón los entes de los que tenemos noticia empírica.

Elimina de este modo concepciones y teorías escolásticas como el problema de los universales, la complicada teoría del conocimiento aristotélico-tomista, con sus fantasmas, entendimientos agentes y pacientes, etc..

El único conocimiento cierto, es según Ockham el que nos proporciona la intuición o conocimiento directo, el cual puede ser intelectual o sensible. Esto tiene su importancia, entre otras cosas, porque será esta distinción la que, en la posteridad, dará paso a dos grandes movimientos filosóficos: el racionalismo ( se centrará en la intuición intelectual) y el empirismo (intuición sensible). Por otra parte el entendimiento posee capacidad abstractiva, que a través de un proceso inductivo es capaz de formar conceptos generales, pero estos últimos no existen independientemente de quien los concibe.

Ockham sostiene que conocemos directamente al individuo y no al universal, acabando también de esta manera con la polémica sobre el principio de individuación. Para algunos autores era la forma la que daba el carácter individual a un ente; para otros, la materia; otros pensaban que eran las dos cosas.

Respecto a las relaciones entre fe y razón sostiene, frente a Tomás de Aquino, que son modos de conocimiento radicalmente distintos. Y siguiendo con su principio de economía queda abolida la posibilidad de la demostración de la existencia de Dios, ya que la única forma de conocer algo es mediante observación, y como Dios no es directamente observable, no se puede demostrar su existencia.

Según el segundo principio de su filosofía: Credo ut Deum omnipotentem, el principal atributo de Dios es la voluntad y no el entendimiento ( de ahí que la filosofía ockhamiana sea considerada como voluntarista), y el creyente no necesita recurrir a las pruebas de la existencia de Dios, le basta con la fe, con creer en él.

Así es como la separación entre razón y fe se hace de modo radical, posibilitando con ello el desarrollo posterior de la ciencia y la mística, ya que el avance de la ciencia dependía de la autonomía que fuese capaz de ganar, desprendiéndose poco a poco del lastre que suponían para el conocimiento los dogmas religiosos.

El impulso de Ockham a la investigación de carácter científico proviene fundamentalmente de su concepción del orden del universo.

En efecto, el universo tiene un orden fáctico o contingente (al contrario que para Aristóteles, Aquino y el resto de la ortodoxia escolástica) porque las leyes que rigen el comportamiento de los fenómenos son así, pero bien podrían haber sido de otra manera si Dios lo hubiera querido. Pretender descubrirlas por deducción es un empeño inútil, porque sólo pueden ser descifradas por la observación directa de los hechos o fenómenos que en efecto suceden.

Por otra parte es digna de mención su concepción de la causalidad, tan diferente al modo en que los aristotélico-tomistas manejaban. Según Ockham, las relaciones causales sólo son válidas si se presupone una cierta regularidad en la naturaleza, y sólo repitiendo constantemente la misma experiencia podremos alcanzar un alta probabilidad en la certeza de nuestras inducciones. Las relaciones causales quedan así reducidas a meras generalizaciones empíricas (inductivismo), y no, como pretendían sus antecesores, a deducciones lógicas, como es el caso de Aquino, quien recurre constantemente a dicho principio para demostrar la existencia de Dios.

POLÍTICA: Ante la convulsa situación de su época: la lucha entre los dos candidatos imperiales: Luís IV de Baviera y Federico de Habsburgo, el Papa Juan XXII, que en principio permaneció neutral, reivindicó el antiguo derecho de la Santa Sede a designar candidato en caso de una elección dudosa. Mientras tanto se adjudicó el poder de gobernar la parte del imperio en el territorio de Italia, designando a un enemigo de Luís como vicario del mismo. Negándose éste a obedecer, fue excomulgado. Pasando por encima de la autoridad papal, Luís de Baviera fue proclamado emperador por un Papa que él mismo había ayudado a promover (Nicolás V). La disputa entre el Papado y el Imperio entorno a la investidura duró 20 años. Disputa a la que no permanecerá ajeno Ockham, ya que tomó partido por el emperador Luís IV de Baviera, refugiándose en Munich ante la persecución de la que fue objeto por parte del papado.

Uno de los principales temas en los que se centra Ockham es en la necesidad de separar Iglesia y Estado. Niega que el poder imperial derive del Papa; que sea necesaria la confirmación de la elección del emperador por parte del pontífice; que sea necesaria la investidura. Son innecesarias porque, según el franciscano, el poder imperial deriva del poder del pueblo que se transmite al emperador a través de la elección hecha por el colegio de electores que representa al pueblo (esto es en el caso de Federico IV de Baviera).

Argumentando que en el Edén los seres humanos compartían todos los beneficios de la naturaleza, pero, después de la caída, se hicieron egoístas. Fue necesario limitar la ambición mediante leyes. Pero como estas son inútiles sin la capacidad de hacerlas cumplir, sin un poder coercitivo, fue necesario instaurar un poder secular separado capaz de castigar el incumplimiento. He ahí la justificación de la autonomía poder secular, que no emana del poder espiritual, sino de Dios o de la naturaleza. (Dicho argumento es ya muy interesante porque prefigura la concepción del estado de naturaleza, la salida de él y la necesidad de leyes positivas, poder ejecutivo… Para recordar en el contractualismo)

«El papa tiene la potestad en lo espiritual y el emperador en lo temporal» (Dialogus: III.II,lib. II, cap. ii )

«Por temporal se entiende todo aquello que concierne al régimen humano, es decir, al género humano constituido en la sola naturaleza sin ninguna revelación divina, y que siguen aquellos que no admiten otra ley que la natural y la humana positiva, y a los que ninguna otra ley les es impuesta. En cambio, por espiritual se entiende aquello que concierne al régimen de los fieles en cuanto es dispuesto por revelación divina» (Dialogus:III.II, lib. II, cap. iv )

«La autoridad del Papa no se extiende, según la norma, a los derechos y libertades de los demás -sobre todo a los de los emperadores, reyes, príncipes y demás laicos- para suprimirlos o perturbarlos, ya que los derechos y libertades de este género pertenecen al número de cosas del siglo, no teniendo el Papa autoridad sobre ellas... Por esta razón, el Papa no puede privar a nadie de un derecho que no proviene de él, sino de Dios, de la naturaleza o de otro hombre; no puede privar a los hombres de las libertades que les han sido concedidas por Dios o por la naturaleza».

En su defensa del Imperio, no obstante, atempera la separación radical afirmando que en determinados casos puede hacerse necesaria la intervención del sumo pontífice: cuando el emperador no se muestra capaz de cumplir con su función: «(...). De este modo, el papa puede en muchos casos suplir la ignorancia o negligencia del emperador sobre sus súbditos» (D III.II, lib. II, cap. Vii)»

Al igual que en otros temas, también en asuntos políticos en la figura de Ockham se abre a la modernidad.